Una cultura de paz exige un compromiso militante con la vida y la sociedad de manera que día tras día se pueda acercar al mundo a la utopía de un planeta en pacífica convivencia
En medio de escenarios de creciente violencia en el mundo entero, hoy se celebra el Día Internacional de la Paz. No es una paradoja, sino el sentimiento más profundo de la humanidad que no ceja, pese a tanta experiencia horrorosa de violencia, en su afán de buscar mecanismos que permitan a la humanidad respetar las diferencias y alcanzar un estado de pacífica convivencia.
En ese escenario la paz es una utopía en su sentido lato: probablemente nunca se la alcanzará a plenitud, pero será un ideal siempre presente al que se deseará llegar y, para ello, se irán lanzando iniciativas de distinto orden que permitirán, pese a los obstáculos y las limitaciones, avanzar en esa dirección.
Es en ese contexto que desde hace varios años se han desarrollado una serie de actividades alrededor de la creación de una cultura por la paz, de las que la Organizaciones de Naciones Unidas y sus agencias, particularmente Unesco, son responsables.
Se trata de generar en todos los ámbitos de las sociedades espacios de debate y reflexión sobre el valor de la paz y de la necesidad de adherir a ese concepto a partir de la propia cotidianidad. Es decir, la creación de una cultura de paz no sólo significa evitar las conflagraciones internas e internacionales, sino de hacer que en la vida cotidiana prime una predisposición a la tolerancia, el respeto al otro y a la solución de las controversias por medios pacíficos, desde la conciliación hasta la aplicación de las normas legales en vigencia.
En este sentido, se aporta a la construcción de una cultura de paz en todos los espacios en los que los seres humanos se desenvuelven, lo que implica una resistencia activa a toda forma de violencia y coacción; a la opción por el diálogo antes que por la confrontación; al cumplimiento de las normas que regulan nuestras libertades en función a las libertades de los otros; al respeto a los derechos de los otros, aspectos, entre muchos, que exigen adoptar nuevas actitudes. De ahí que la cultura de la paz es un proceso de permanente aprendizaje que comienza desde la infancia y que debe partir de un principio fundamental, que es el que garantiza su sostenibilidad: el respeto al libre discernimiento del ser humano y el deber de respetarlo.
Abona a la creación de la cultura de paz la asunción consciente de que todos los seres humanos tienen, por ser tales, una serie de derechos que se deben respetar por encima de toda otra consideración, al mismo tiempo que se tiene una serie de obligaciones cuyo cumplimiento hace, precisamente, que se pueda convivir en forma pacífica.
Además, una cultura de paz debe erradicar toda forma de racismo, discriminación (de género, cultural, religiosa, condición económica, etc.) y autoritarismo, así como injusticias sociales y brechas económicas intolerables.
En definitiva, la creación de una cultura de paz exige un compromiso militante con la vida y la sociedad de manera que día tras día se pueda acercar al mundo a la utopía de un planeta en pacífica convivencia.
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